• De pichangas y esnobismos

    Hay dos cosas que no se explican en Jorge Luis Borges: su apoyo a Pinochet y Videla y su odio al fútbol. Su aversión por el balompié llegó a tal punto que realizó una conferencia de prensa sobre la inmortalidad, en el día y hora de la final entre Argentina y Holanda en el mundial del 78. Y como en Latinoamérica y en Chile necesitamos creer en padres y madres de la literatura, aquí no podía ser menos el menosprecio y esnobismo ante este deporte que hoy apasiona al planeta. No de todos, ciertamente, pero sí de una tajada intelectual y literaria cuyos argumentos, paradójicamente amparados en la revolución de clases y la alienación del sujeto, desacreditan a este juego que denominan como opio del pueblo.

    Ya en el siglo XX, algunos intelectuales de izquierda (de los otros para qué hablar) decían que el balompié sumía a los obreros frente a sus enemigos de clase y con ello se desviaba la revolución. Pero la revolución llegó, o no llegó, o sigue llegando, y el fútbol continúa aquí junto a una literatura y crónica con la cual se retribuye. Desde un Benedetti a Sacheri, Villoro o Meneses, el fútbol superó los binarismos políticos cuando los mismos letrados de izquierda pateaban más con la diestra que con la zurda. O cuando la utopía fracasó o se usó y todos quedamos donde mismo. Y retornamos así a lo de siempre: a las canchas de tierra donde juegan y escriben escritores y futbolistas, conscientes de que un partido, como una obra literaria, define la vida en los minutos finales: se gana o se pierde y todo se va al carajo.