• Terremoto con anestesia

    No sentí físicamente el terremoto. Por cosas de la vida me encontraba flotando en la anestesia dentro de un pabellón quirúrgico. Luego de uno minutos tras despertar, algo confundida, verifico que estoy vivita y coleando, el alivio me invade, tras varios días de angustia pre operatoria, días en que a uno se le mueve el piso, en que las certezas se quiebran, las prioridades se invierten y las preguntas se vuelven más fundamentales.

    Terminaba para mí un terremoto más. Sin seguridad de qué réplicas se vendrán, porque si hay algo que nos remueve es la amenaza de la pérdida, la que a veces nos cambia para siempre, mientras que en otras ocasiones nuestra cabecita nos regala ese mecanismo de negación que nos hace olvidar de qué estamos hechos. La negación nos lleva de vuelta a valorar y a padecer ese cotidiano que vivimos como si fuera infinito: peleamos con las personas que queremos, seguimos en las mecánicas de las cuales nos quejamos, seguimos siendo ese ser que no cumple sus promesas y se frustra.

    La negación, como la anestesia, permite que la carne no duela, que el dolor nos llegue como espectadores. Y tiene sentido que así sea, de otro modo, sin ese velo mental, la realidad se puede transformar en una pesadilla. Claro que hay veces que ese mecanismo no funciona, como nos ocurre en cierto grado en la adolescencia o en la melancolía, estados en que la ficción necesaria para vivir se torna inverosímil, incluso hipócrita. Algo así, como tomarse la pastilla roja de Matrix, esa que arrojaba al encuentro con la maquinaria descarnada de la realidad humana; mientras que la pastilla azul, en la película, permitía velar ese encuentro, regalando la ficción de la vida: buscar el amor, el éxito, un buen trabajo, competir, el placer, comer sano, como si así neutralizáramos y controláramos la vida y la muerte.

    Cierto que algunos abusan de la pastilla azul, los adictos por ejemplo, porque de otro modo la realidad se les viene como una mezcla entre un bombardeo y una carnicería, si no pregúntenle a un adicto angustiado en abstinencia. Pero la verdad que no sólo los adictos se pasan de largo con el anestésico azul. Hay quienes no se conmueven ni un milímetro ante los estados de emergencia. Todas esas posiciones subjetivas son las que quedan en evidencia, cuando la Matrix ruge para todos al mismo tiempo.

    Como los terremotos, que si bien son habituales por estos lados, están lejos de convertirse en una costumbre. Nuestra reacción nos deja expuestos, cuán anestesiados o no estamos: cuánto nos cambian las prioridades, cómo abordamos el encuentro con la evidencia de nuestra mortalidad.

    Así, algunos se desprenden con facilidad de sus sueños carnales, de sus objetos materiales, y corren a salvarse. Algunos dejan cualquier actividad por irse con los suyos, la familia se torna el único bien que merece la pena. Otros reconocen a los demás como pares y la cooperación se vuelve un propósito. Hay quienes no salen de su rol público y siguen en sus labores, como el locutor de radio que sigue transmitiendo hasta el fin, esos que pueden quedar como héroes públicamente, mas sus propias familias no consideran los mismo. En estas situaciones, así como aparece esa subversión de prioridades que nos hace más humanos, se muestra también la peor cara de los anestesiados patológicos: los enfermos de la moral de la protección a la propiedad privada, que en momentos como estos se torna perversa, como quienes optaron por mantener cerradas las puertas de un supermercado para evitar saqueos probablemente, o los jefes de la cajera del peaje que decidió abrir la barrera, que anunciaron le descontarían del sueldo las pérdidas para la empresa.

    Algunos necesitan mucho tiempo para recuperarse, otros lo hacen en la premura. Quizás como este último rugido de la tierra coincidió con el intenso deseo chileno por la maravillosa pastilla azul de Fiestas Patrias, fue que muchos continuaron con sus planes festivos, incluso en lugares de riesgo.

    En fin, hay muchas clases de terremotos, y varias cifras que se desprenden de ellos, algunas que cada uno sacará en la cuenta de su vida; otras que nos hablan de quienes somos como pueblo.

  • Un café doble ayuda a combatir el sueño producido por el "jet lag"

    La cafeína ayuda a mitigar los efectos del desfase de horario producido en viajes largos. No obstante, hay que tener precaución porque a la larga afecta al reloj biológico.

    El café tiene un efecto relevante en nuestro cuerpo: puede engañar al propio organismo para hacerle creer que es una hora anterior a la real. Sin embargo, debemos tener cuidado con cualquier sustancia que altere las funciones normales del cuerpo, el café ha sido, en muchos casos, un gran aliado, sobre todo para aquellos que viajan y sufren el conocido "jet lag", que corresponde a una descompensación horaria que se produce en las personas que viajan largas distancias. Los que toman un avión hacia el oeste, y necesitan hacer retroceder su reloj biológico, tomar un café doble puede ser una solución. No obstante, esta misma receta puede tener efectos adversos si el viajero se dirige hacia el este. El doctor John O"Neill, investigador del Laboratorio Molecular de Biología de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, afirmó que este hallazgo podría tener implicaciones importantes en las personas con trastornos circadianos de sueño, en los que su reloj biológico de 24 horas normales no funciona correctamente. La cafeína es un alcaloide que actúa como una droga psicoactiva y afecta al reloj biológico, retrasando el aumento de la hormona del sueño, la melatonina. Debemos ser precavidos, puesto que la interrupción del ritmo circadiano, así como otras rutinas relacionadas con el desfase de horario regular, puede aumentar el riesgo de cáncer, las enfermedades al corazón y enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer.

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