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La medalla de oro se queda en Río de Janeiro
La "ciudad maravillosa" concentró las miradas del mundo. La seguridad, la situación política de Brasil, el dopaje de los rusos, los 450 mil condones en la Villa Olímpica. Sin embargo, la megaciudad está acostumbrada, sabe hacerse cargo de ser el destino más visitado del país y tiene claro lo que ofrece: fiesta, alegría, playas y movimiento.
Juan Cristóbal Hoppe
Cerca de 10.000 atletas llegaron a Río 2016, muchos con la ilusión de subir al podio y recibir una medalla olímpica. Sin embargo, con el término de las competencias de su disciplina deportiva se han convertido en turistas. La "ciudad maravillosa", como es conocida Río de Janeiro en Brasil, no es solo samba, caipiriñas y favelas, es su ritmo, su movimiento lo que la caracteriza. Se mueve tan rápido como Usain Bolt.
Voces altas
El día comienza temprano, a las 6 de la mañana el sol ya está invitando a visitar las playas. Y son tantas que hay para todos los gustos. La más famosa, Copacabana, con sus chuveirinhos (duchas) y los jugadores de beach volley que juegan sin parar.
A pesar del calor, la playa es lugar de encuentro, la gente usa los espacios públicos como si fuera su casa y las caipiriñas, cervezas o cocos, son la mejor forma de acomodarse.
En la zona sur de Río la playa de Botafogo es distinta. Hay menos gente y permite hablar con oriundos de la ciudad. Ahí, pescadores aficionados dan espacio para el relajo y quizás hasta tiempo de una siesta para lo que viene más tarde.
Río es sonoro y tiene música constante. Las diferencias de ambiente en la ciudad son muchas más que las horas de distancia en avión; que son solo cuatro desde Santiago.
Como en toda metrópoli (y en este caso, una megametrópoli que tiene más de 12 millones de habitantes) mucha gente se traslada por las calles, sin embargo algo llama la atención: lo fácil que es sacar una sonrisa a quien se mira en la calle e incluso en el metro o el TransCarioca con los oficinistas yendo a trabajar. La gente habla fuerte, es histriónica, no tiene miedo a comenzar una conversación, tienen opinión y la exponen rápidamente. "Neymar no es un grande", "el fútbol femenino tuvo que sacar la cara por Brasil", "los políticos son todos corruptos", "ahora viene la renovación", "mejor que aparezca la gente joven", es común oír en las calles.
Río es una ciudad pensada en el turismo. Las señaléticas son útiles hasta para el más perdido y el wi fi gratuito facilitan todo. Pero, hay que tener pilas para visitar esta ciudad, porque no es solo playas sino que también alturas. El Pan de Azúcar con sus 396 metros tiene una vista panorámica que muestra los diferentes niveles geográficos. Subir hasta ahí cuesta cerca de $15.000 y al cerro del Corcovado, donde se encuentra el Cristo Redentor, $14.000.
Tiempo de festejar
Ya con 12 horas recorriendo Río, comienza a aparecer la fiesta. A eso de las seis de la tarde, la vida bohemia se hace presente. Cerveza, mucha cerveza, variada y barata se vende en todos lados. Carros con parlantes generan baile en las esquinas de las calles. El barrio de los Arcos de Lapa es el epicentro de la vida nocturna. Para el que disfruta de una comida callejera, están los churrascos que, a pesar del alcance de nombre, no es como el sándwich de acá, sino que la forma más tradicional de comer la carne en Brasil, con estacas y con la necesidad de mancharse los dedos al comer.
Un punto a favor y que sin duda hace sentirse cómodo, es que en el festejo todos son aceptados. Desde adolescentes a adultos mayores. Todos tienen su espacio, ya sea bailando música axé o cantando los clásicos de Gilberto Gil o Caetano Veloso.
Con brasil en el alma
Acá se toman muy en serio mostrar su cultura y tradiciones. La bandera "verde amarela" flamea por muchos lugares, y todo tiene su adaptación carioca. En la calle Uruguayana se encuentra todo, desde réplicas, hasta artesanías únicas. La samba y el bossa nova suenan tanto como el reggaetón, y mientras uno camina, sin darse cuenta el ritmo empieza a invadir el cuerpo. Es justamente el cuerpo una de las gracias de Brasil, no porque todos tengan músculos como los atletas olímpicos, sino porque hay libertad de mostrarse tal como uno es, dejando de lado la inhibición. Aquí en Río siempre se está con pintas para el verano.
Ya con menos atletas olímpicos o vendedores ambulantes ofreciendo souvenires poco interesantes sobre los juegos, baja la cantidad de turistas y también los precios de los hospedajes. Así, Río de Janeiro sigue ofreciendo lo que ya es conocido, lo que la hace ser la ciudad que es. Con su ritmo, con su gente, con sus propias medallas de oro.
$14.000 cuesta subir al cerro del Corcovado, donde está ubicado el Cristo Redentor.
4 horas dura el viaje en avión desde Santiago a Río de Janeiro, en Brasil.