• Del currículum a la selfie

    Hace algunas semanas llegó a nuestras latitudes una nueva práctica fotográfica que presume ser de lo más trendy. Son las llamadas aftersex selfies, es decir autorretratos post-coitum que son exhibidos en las red

    La palabra selfie está tan instalada en nuestra fauna conceptual, como su puesta en práctica en nuestro repertorio de acciones. Es tal su fuerza que mucho se ha hablado de ella, los más reticentes a los nuevos tiempos dicen que se trata de una expresión de narcisismo; otros la defienden planteando de que es un legítimo modo de

    expresión emocional.

    Como sea, ahí está la selfie en su sitial privilegiado como señuelo de nuestra identidad. Quizás nunca antes la imagen tomó tanta relevancia y sofisticación como carta de presentación. La vieja foto de carnet del currículum, era una que debía tener la neutralidad de la naturaleza muerta, mostrándonos como esa manzana demasiado correcta como para ser apetitosa.

    En la lógica selfie no hay el momento para jugársela en la palabra -como esa presentación siempre algo siútica en tercera persona con la que comienzan los CV-, tampoco con los títulos. No.

    Hay que poner todo en el cuerpo, se trata de que la manzana se vea jugosa, no dar jugo claro, pero sí sostener una autoafirmación que sea deseable ante nuestros observadores. Se trata de coagular mi código ético en mi autorretrato, en el fondo dar información de mi potencia interior hecha piel. Habla el gesto, el traje y el escenario, lejos de tratarse de pura banalidad hay un mensaje.

    De ahí que cada vez más el reclutamiento a través de las redes sociales supere la búsqueda de algún partenaire con quien compartir la cama, sino que también se utiliza informalmente en la selección laboral.

    ¿Hipocresía? Al menos una contradicción con la moral de los tiempos, ya que el discurso antidiscriminación había logrado en gran medida erradicar la exigencia de la foto en un currículum, para sortear los estereotipos que una imagen porta. Así, aunque sea inevitable cierto grado de arbitrariedad en la selección, la idea era al menos no discriminar tan apresuradamente, dando el tiempo para que el candidato se explaye.

    Y el tiempo para explayarse permite mostrarse con matices, desarrollar las contradicciones, en el fondo mostrarnos humanos; la foto por el contrario, tiene el fascismo del instante, el deber de una autoafirmación absoluta. Ese es el delirio de las redes sociales, que está bien representado en la selfie, pero no sólo en ella, sino que también en mis verdades en unos cuantos caracteres: en unos pocos segundos - porque mi espectador puede rápidamente cautivarse con mi competencia- debo decir quien soy, que pienso y que deseo. Y por lo tanto, debo yo mismo creer que soy eso que digo. Y eso es un caldero para el narcisismo.

    Posiblemente por lo mismo, con tanta prisa es que nos

    trasformamos en modelos de vida, cuando publicamos con esa certeza de la felicidad prometida de departamento piloto, lo que hacemos cotidianamente. O nos transformamos en modelo ético cuando publicamos denuncias unilaterales de gente que no conocemos acusando a otra gente que tampoco conocemos; o a la inversa cuando premiamos los buenos actos de algún ciudadano, como si estuviéramos en un escalafón más alto, como el profesor que puede ponerle estrellitas o castigos a los niños.

    El currículum clásico no es más verdadero que nuestro perfil en las redes sociales, pero su lógica asume con un grado de consciencia que estamos mintiendo un poco. El entrevistador también lo sabe.

    Pero eso permite el acuerdo humano de que nadie tiene la verdad total, nadie se las sabe todas y eso nos permite convivir.

  • Fabrican un arnés que permite conocer lo que sienten los perros

    La herramienta se ilumina de diferentes colores cada vez que los perros están molestos, entusiastas, relajados y felices, todo gracias a su frecuencia cardíaca.

    El sueño de muchos niños y amantes de los animales es poder, algún día, comunicarse con ellos de forma directa e idealmente con palabras. En algo así trabaja actualmente Joji Yamaguchi, un ingeniero japonés de software y hardware, quien desarrolla un dispositivo que permitirá, al menos a los perros, comunicarse con sus dueños.

    La herramienta se llama Inupathy, y fue diseñado como si fuera un arnés y que se coloca en torno al cuerpo del animal. Éste cuenta con un sensor de la frecuencia cardiaca y un led a todo color en la parte posterior, que permite visualizar en qué estado emocional se encuentra la mascota. Si está exaltada, la luz será roja; si está relajada, azul; si se siente feliz, aparecerá un arcoíris; y si está concentrada, la luz será blanca.

    Está pensado para perros de entre 4 y 40 kg, estará disponible en gris, rosa y azul y la batería aguanta unas 5 horas, dependiendo del uso.

    La magia que hay detrás del dispositivo es un algoritmo que se basa en el análisis de las variaciones del ritmo cardiaco del animal y que establece unos patrones para saber cuál es su estado emocional.

    Su inventor, que era investigador biólogo antes de iniciar su carrera como ingeniero, siempre mostró un gran interés por el comportamiento animal, y, aunque reconoce que los resultados de la investigación han sido muy buenos, explica que tiene previsto optimizar todavía más el artefacto y hacer el Inupathy aún más cómodo de llevar para los perros.

    Para ello, el proyecto, presentado en diferentes sitios europeos, busca fondos en la plataforma de crowdfunding de Indiegogo.com.

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