• El factor vergüenza

    No puedo olvidar la angustia de un compañero de curso que pasó un día entero ocultando que estaba vomitado. El pobre niño no había soportado las náuseas, y al verse con la camisa sucia, no encontró nada mejor que ponerse el chaleco encima. Al final del día el olor se tornó insoportable, y la profesora lo sorprendió y reprendió delante de todos.

    Seguramente suponía que el niño debió haberlo comunicado a viva voz, tal como ella lo expuso frente al curso. No se preguntó por qué esa criatura habría preferido soportar su hedor y el calor de esa tarde, antes que develar su situación.

    Supongo que si ese niño no pidió ayuda, fue para evitar sentirse humillado. Vaya a saber uno que representaba para él la enfermedad, la incontinencia, el descontrol. Quizás quiso evitar que ese grupo llamado curso, con quien sabía, compartiría muchos años de su vida - los años más vulnerables, por cierto, ya que se está obligado a estar- le pusieran algún apodo o algo así. Cosa que de todas formas ocurrió, y que fue desplazándose durante los años escolares por distintos adjetivos referentes al asco. Él, el asqueroso.

    La vergüenza muchas veces nos lleva a tomar malas decisiones. Pero no se puede exigir que uno la supere de una vez, ni menos obligar a esa persona sufriente a exponerse. Superar la vergüenza es un trabajo de artesano.

    Quizás a las personas se nos olvida el dolor de la humillación y la vergüenza, porque suponemos que estos sentimientos no debieran influirnos. Además de estar bombardeados por esos discursitos del "empodérate", como si nuestro bienestar dependiera solo de la fuerza del ego. Cuando lo cierto, es que la vergüenza es efecto de nuestra naturaleza social: una de nuestras principales motivaciones es ser reconocidos y estimados por otros. Por lo tanto, a veces evitar la desaprobación (real o imaginada), puede ser una fuerza más potente que protegerse, buscar el bien o la salud. Sólo es cosa de ver a tantos que corren en los gimnasios hasta el desgarro, o a mujeres metiéndose cuchillo y muriendo de hambre. Como si se tratara de un asunto de salud antes que de perseguir neuróticamente un ideal.

    La vergüenza es poco deseable, pero no se puede desconocer. Y menos con los más vulnerables.

    En estos días, un grupo de personas con VIH interpuso un recurso de protección, para evitar que se aplique un nuevo plan de atención, que implica que los pacientes deban controlarse en el consultorio del barrio en vez de en los hospitales. La medida tiene la racionalidad de la eficiencia de la gestión, pero no considera que el consultorio, para bien y para mal, es un centro social. Así como la escuela no es sólo un lugar de educación, el consultorio no es sólo uno de salud. Reúne, contiene, pero también genera rumores, apodos y pelambres.

    No se le puede pedir a los pacientes que, individualmente, se hagan cargo de un asunto que aún no se resuelve en lo social: la connotación de esta enfermedad y sus efectos discriminatorios. Obligarlos a exponerse frente a sus vecinos, desalentará tanto la realización del examen diagnóstico como el tratamiento. Como ya decía, a veces preferimos correr riesgos antes que sentirnos humillados.

    La fantasía de poder controlarlo todo, con la razón y la fuerza, nos lleva a olvidar tantas veces la naturaleza humana.

    "Quizás a las personas se nos olvida el dolor de la humillación y la vergüenza, porque suponemos que no debieran influirnos."

  • Estudio explica por qué las personas miran el celular mientras conducen

    Cada vez son más comunes los accidentes causados por la imprudencia de los conductores de revisar el teléfono mientras manejan. Un estudio realizado por la Universidad Tecnológica de Queensland (Australia) da luces de por qué las personas insisten en cometer esta falta. Según la investigación, publicada por la revista Plos One, a los conductores se les dificulta ignorar el sonido del teléfono, por lo que prefieren contestar y omitir los riesgos que conlleva hacerlo. El trabajo australiano encuestó a 484 personas: de ellas, el 45% admitió localizar y contestar un teléfono que suena durante la conducción. Sólo el 28% utilizó un dispositivo de manos libres. Según Oscar Oviedo-Trespalacios, autor de la investigación, "esto se debe a que probablemente los conductores adaptan su conducta para hablar, enviar mensajes de texto y navegar por internet".

    Bajar la velocidad, aumentar la distancia con el vehículo que tiene al frente y observar su entorno con más frecuencia son algunos de los recursos utilizados por los participantes del estudio para evitar accidentes al contestar el celular. Sin embargo, remarcan que estos actos no disminuyen completamente el riesgo de accidentes.

1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
32