• Tejado de vidrio

    el pais intimo

    Entre la tragedia y la broma presenciamos este circo romano llamado política chilena. Nombres que ya nunca olvidaremos: Hugo Bravo, los Carlos, la nuera de la Nueva Mayoría, el yerno de SQM. Y cada día nuevos antecedentes, donde se arma una maraña difícil de comprender, pero que nos deja la sensación de que existe una orgía político empresarial a la que no nos invitaron.

    Ahora resuenan otros nombres: Marcelo Torres y otra vez el ministro Undurraga y las coimas en la licitación de la basura. Martelli y su relación con un tembleque Peñailillo. Hasta TVN parece estar llegando el tsunami Soquimich, en fin.

    Incluso la sensación de truculencia afecta también espacios más rosados, como la elección de los reyes guachacas. Se dice que esto también estaría arreglado, al igual que el reinado de Viña del Mar, en el que se favorecerían los acuerdos con los canales de televisión, más que el fair play.

    Reconozco como espectadora que hay algo de goce -por supuesto que bajo un discurso consciente de indignación- en presenciar este espectáculo de emperadores de trajes invisibles que traslucen toda la imperfección de su carne humana.

    Pillar a alguien en su transgresión siempre tuvo - desde niños- algo placentero. No importando nuestros propios actos, de pronto nos convertíamos en las reservas morales de la patria, cuando en un acto de heroísmo furioso acusábamos al compañerito que copiaba en la prueba o se comía los mocos.

    Ahora que a mí me toca criar, me doy cuenta cómo es necesaria una cuota de hipocresía para formar a esas pequeñas personitas. ¿Qué les cantamos desde que van al jardín? Compartir, compartir, hay que compartir, la, la, la. Y cualquiera que haya sido padre sabrá que convencerlos de aquello es una de la cosas más difíciles del mundo. Es más, no es fácil intuir que nunca se logra del todo, cuando en el acto de fin de año todos los apoderados nos peleamos los mejores asientos.

    Una de nuestras primeras palabras en el mundo -después de mamá- es "mío". Mamones y egocéntricos es nuestra primera impronta. Por eso, todo el esfuerzo de los padres está en tratar de que su hijo no sea un chanta. Por que nacemos así, egoístas y tramposos. Es cierto que también somos generosos y amables. Y son estos rasgos los que tratamos que prevalezcan. O al menos eso creemos. Porque cuando pasan de guaguas a niños y entran en esa edad escolar que todos tememos, por nuestros propios fantasmas del matonaje colegial -habiendo sido víctimas o victimarios- tratamos de que tan, tan buenitos no sean. Entendemos que deben aprender a defenderse y para eso tienen que comprender algo de la naturaleza humana. Y ahí vamos entonces dando esos consejos medios turbios, de cómo hacer para que molesten a otro y no a nuestro niño, o de cómo vengarse del compañero déspota que lo echó de la pandilla.

    Si bien el pacto social -por razones de convivencia colectiva- nos lleva a autorregularnos en estas pasiones miserables del egoísmo y la trampa; otra cosa es que creamos que no existen. O más bien que existen sólo en algunos: la fantasía infantilizada e idiotizante de que existen los buenos y los malos. Que para la derecha los malos son los rojos, para la izquierda los fachos. Hoy los buenos somos los ciudadanos a pie, mientras que los empresarios y los políticos huelen a azufre.

    Que todos seamos potencialmente chantas, no significa que haya que permitirlo. Al igual que lo que hacemos con los niños, lo social se debe encargar de regularnos en aquellos puntos donde el "compartir, compartir" no se nos clave en la moral. El problema está en que las instituciones a cargo de tales controles se corrompan ellas mismas. Estos días, al menos, parece que sí están con toda la maquinaria andando. Aunque todo este festín no comenzó gracias a ellas, ni al SII, ni a la Fiscalía, sino que -al igual que cuando niños-por chantas que denunciaron a otros chantas.

  • La corrupción podría tener una explicación en nuestros genes

    Un estudio determinó que los que tienen una tendencia a malversar fondos, aceptar sobornos y robar dinero, tienen una actividad mayor en una zona específica del cerebro.

    Una seguidilla de casos ha puesto en duda la honestidad de ciertos personajes públicos en el último tiempo. Por tal razón, se plantea la interrogante de si el deseo de aprovecharse del resto tiene algún tipo de explicación biológica.

    Un nueva investigación, realizada por la Academia de Ciencias Sociales de China, y publicada por Frontiers in Behavioural Neuroscience, da pistas para creer que la genética podría explicar el comportamiento antisocial de la corrupción. Esto porque el giro frontal inferior, una zona ubicada en el hemisferio cerebral izquierdo a la altura de la sien, presenta una mayor actividad en personas que tienen una tendencia a malversar fondos, aceptar sobornos y robar dinero.

    Los 28 participantes del estudio fueron tentados con dinero, mientras se les controlaba su actividad cerebral mediante resonancia magnética. Todos los voluntarios, al recibir una oferta de dinero de forma maliciosa, activaban áreas del cerebro relacionadas con el bienestar, en el hemisferio derecho y la parte frontal, pero sólo aquellos que lo terminaban aceptando, activaban además el giro frontal inferior izquierdo.

    En palabras del director del estudio, el neurólogo Li Shu, estos resultados "pueden arrojar nueva luz ante la cuestión de por qué ocurre la corrupción", además de abrir la promesa a futuro de tratamientos de curación.

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