• Desastrólogos

    por constanza michelson / @psicocity

    Una importante distinción hizo en un matinal Marcelo Lagos, el geógrafo que acostumbramos a ver en TV luego de algún temblor. Mientras hacía sus explicaciones pidió cambio en la música de fondo. Solicitó quitar una que correspondía más al Dr. File que a un científico, por "Despacito". En un gesto de ironía y buen humor, aclaró que así se mueven las placas tecnónicas, des-pa-ci-to.

    Se desmarca del "experto performático", ese que es invitado para hacer un show, no interesa tanto su saber, o lo que dice saber- como su despliegue para subir el rating. Lo que pasa es que en la sociedad del espectáculo en la que vivimos, esa distinción se difumina: los profesionales que democratizan el conocimiento para liberar a la población de miedos y falsas creencias, son tratados igual que los que hacen el show del saber, cuyo aporte no es más que la domesticación del espectador.

    El geógrafo hizo algo más, nombró un rubro de estos "expertos performáticos" que va en expansión, los "desastrólogos". Refiriéndose a ese oficio que se encarga de administrar el goce que los seres humanos tenemos con las catástrofes.

    Aunque suene extraño, hay una satisfacción frente al miedo, controlado eso sí. Afán que desde niños manifestamos con las películas de terror, el espiritismo, el deporte con riesgo, la chimuchina del fin de mundo. Y como todo goce, éste puede convertirse en una fuente de negocio para satisfacerlo, como una montaña rusa. Así como también, en un recurso de utilización política. Ya sabemos de desastrólogos de derecha y de izquierda que usan el miedo para seducir, o francamente obligar.

    Si bien la desastrología es un clásico, se ve afectada por las modas. ¿Se acuerdan que en el cambio de milenio nos dio por el fin de mundo? Toda señal de la naturaleza podía ser interpretada en esa dirección. Y a veces pasaba algo así como las películas de invasiones extraterrestres, en que rusos y gringos se asocian. El fin, aunaba las conversaciones en esos diálogos de nervio con risa, que sacaban a la vecina de la casa, al oficinista de su escritorio.

    Pero esta versión del desastre ha ido declinando. Y aunque queda la figura del charlatán conspirativo, éste resiste como una figura vintage, como un objeto de culto. Porque el desastre ha ido virando hacia el cuerpo, en la medida en que ha aparecido la esperanza de la vida casi eterna. Si se siguen los pasos correctos, se come, se duerme, se folla como sugiere el manual de moda, entonces podríamos alcanzar más vida. Que en el fondo es la ilusión de controlar la irremediable muerte.

    Desde científicos hasta los médicos o curanderos alternativos (esos que se llevan el excedente del rechazo de la población a la soberbia médica) son los agentes de seguridad que administran la paranoia. Porque el terrorista puede estar dentro de nosotros, y hay que adelantarse a inflamaciones e enfermedades, incluso improbables. Además, hay que detener ese mal que no va con los tiempos: envejecer. Claro, si hay que llegar bien liso a la inmortalidad.

    Curiosamente, suele coincidir que quienes están más pendientes de la salud suelen enfermarse más, si no del cuerpo, de ansiedad.

    "Aunque suene extraño, hay una satisfacción frente al miedo, controlado eso sí."

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