• Nos quemamos

    por constanza michelson / @psicocity

    "Cuanto más amo a la humanidad menos amo a los seres individualmente", dice un personaje de Dostoievsky. Aludiendo a aquella contradicción frecuente, en que complacemos nuestra buena consciencia con discursos morales sobre el bien y el amor al prójimo en abstracto. Y al mismo tiempo, inflamos un ego miope respecto de aquellas dificultades que nos abruman en la convivencia con los otros: las tensiones humanas, que más allá de los discursos santones, evidencian que tenemos que arreglárnoslas con la gama de pasiones que nos habitan, desde el amor y la solidaridad hasta el egoísmo y la intolerancia.

    Siempre han existido discursos llevados por héroes que prometen una humanidad libre de sus aspectos más opacos. Pero que al ponerse en práctica fracasan, porque a poco andar, se comprueba que los ídolos también tenían los pies de barro, en el barro del pantano de nuestras pulsiones.

    Sin embargo, los nuevos relatos de los tiempos parecen ya no amar a la humanidad en abstracto, al menos no a toda, pues poco disimulan el odio. Hoy vociferan múltiples santones, pero esta vez oscuros, que despliegan sin pudor la intolerancia que sus aspiraciones nobles requerirían. Desde acá se va armando un entramado de sospechas, donde el otro puede ser siempre el enemigo: el rico, el pobre, el local, el inmigrante, el fumador, el vegano.

    Quizás la distancia que la comunicación a varios clicks permite, favorece no sólo esa altanería del "bueno" abstracto, sino que también se transforma en el caldo de cultivo para el mal abstracto. Las redes sociales resisten grados elevadísimos de odio, sensibilidad que tiñe el imaginario social. Como vemos hoy, no sólo arden los bosques y pueblos del sur de Chile, sino que también nos estamos lanzando bolas de fuego entre nosotros. Acusaciones cruzadas desde todas las veredas políticas e ideológicas: que la codicia de los que ya tienen demasiado, que los revolucionarios de pacotilla, que los sujetos de goces bizarros, etcétera. Parecen develar que entonces había en nuestro país demasiadas razones para querer quemarlo. Quizás lo que esta tragedia descubre es como hemos construido un tejido de discursos y prácticas que nos están calcinando como pueblo.

    Pero hay que ser justos, hay aún más razones para no querer quemarnos. Y esta parece ser la verdadera resistencia: y es que más allá del amor u odio a la humanidad como abstracción, en el encuentro cuerpo a cuerpo -ese que cada vez más podemos ahorrarnos en lo virtual y la privatización de la vida- sí podemos sentir la compasión necesaria para amar al prójimo. Esta humanidad de carne, es la que ha sido protagonista estos días terribles.

    Hoy la emergencia nos obliga a encontrarnos y ser solidarios dirán algunos. Pero más allá de estos extremos es posible verificar que el encuentro real con los otros, nos lleva a modular nuestros excesos, e incluso en las diferencias, acercarnos al comprobar que estamos hechos de lo mismo. De lo bueno y lo malo, claro. Ya sea por razones altruistas o egoístas, debemos recordar que no podemos seguir quemándonos -literal y metafóricamente- pues nos necesitamos.

    "Como vemos hoy, no sólo arden los bosques y pueblos del sur de Chile, sino que también nos estamos lanzando bolas de fuego entre nosotros."

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