• Donde Willy: la picá de Viña que deslumbró al NY Times

    Cada fin de semana de verano son miles los santiaguinos que viajan a la Quinta Región en busca de sus bondades. Ahora hay una que se suma a la lista. Un restorán que, escondido en un pequeño pasaje, se fue haciendo conocido de boca en boca.

    Desde que comienza el verano, miles de santiaguinos viajan cada fin de semana a recibir los regalos de la Quinta Región: Sol, arena, música, fiesta y, sobre todo, una amplia oferta gastronómica.

    Para todos lo que llegan a Viña del Mar hay un lugar que es digno de buscarse y visitarse. En el local 17 de 6 Norte, entre 3 y 4 Poniente, hay un lugar que le hará cambiar su perspectiva. Dicen que salir a comer puede ser todo un viaje. Lo aseguramos: de esta travesía querrá volver una y mil veces.

    Entiéndase, estamos en una época de momentos acelerados, a contrarreloj, con una vorágine propia que hace que desenchufarse de la agenda sea casi como una quimera. Por eso, bucear hasta encontrar tesoros gastronómicos que alberguen sitios donde prime la calma, la pausa y, lo más importante, descubrir recetas generosas como de la abuela, invitan a dejarse llevar hasta aguas placenteras del sabor.

    Esa es la apuesta de Donde Willy. La misma que sedujo durante dos días seguidos al crítico gourmet Michael Luongo del prestigioso medio The New York Times en 2011. Su exigente paladar gringo quedó tan "loco" con el chupe de locos y la merluza austral, que lo hizo dedicar maravillas a los continentes con un llamado: no perderse de las bondades de este rincón viñamarino de cocina a la minuta.

    Una inspiración que tal vez a usted también lo devolvería a la tierna infancia, como en la película "Ratatouille", a un momento que solo un bocado -más grande que la vida misma- es capaz de hacer. También sus precios son de maravilla: menús entre 5 y 8 mil pesos. Y en abundancia. Seamos claros. Las perlas, a diferencia de la "modernist cuisine" y sus técnicas culinarias de laboratorio propias del Bulli, en España, o los grandes restoranes de Nueva York, están en lo simple, lo criollo… corren por cuenta de sobrios menús, platos que obran el milagro de la descompresión. A la chilena. Y ojo, sin muchas grasas ni en exceso calóricos.

    Alejarse de la fusión, para sumergirse en sabores más puros, sin artificios. Solo calidad, cuya composición se sustenta sobre los fogones casi a leña para golosos de verdad: evocar al campo, la tradición, las delicias que hacen grande a la cocina de mamá o la abuelita.

    Así es el caso de Donde Willy. Y a eso apunta su propietario, chef y anfitrión, Guillermo Miguel Valdivia. "Calidad y atención son nuestro fuerte. No tenemos vista al mar, si bien nuestra ubicación está en el corazón gourmet de la Ciudad Jardín, no estamos tan céntricos", dijo Valdivia, quien naciera bajo estos mismos pilares que hoy alberga a un restaurante que se nutre del boca en boca.

    Historias de mantel

    Se trata de un lugar cálido y de estilo antiguo, con cuadros costumbristas que remontan a otro tiempo. De hecho, esta casa data de 1938, de cuando en el barrio se levantaban chalet de fachada colonial para los trabajadores de la refinería azucarera Crav, antes de su desaparición.

    "En el piso de arriba aún vivimos (su madre chef y hermana Paulina, sicóloga). Mi padre, Don Guillermo -fallecido hace tres años-, en honor a él Donde Willy, tuvo antes un local de comida en la Calle Valparaíso: La gran parra. Duró hasta mediados de los años 80, época en que nací".

    Hoy, Guillermo hijo, de 27 años, ya lleva desde el 2009 las riendas del establecimiento de cocina típica chilena. "Al principio los vecinos se oponían al restaurante en esta zona. Fue difícil echarlo a andar. Mi padre alcanzó a atenderlo un año y medio".

    Período complejo para el joven dueño que desertó de la carrera de estadística para jugársela por esta microempresa familiar. "La gracia de esto es que te sientas como en casa. Ese era el sueño de mi padre y también nuestro".

    Empezó como una picada para oficinistas hambrientos por carnes y ensalada a la chilena. Luego se amplió a los mariscos, pescados y vinos que ahora consiguen en los propios viñedos.

    La barra y cocina, cobijan, precisamente, esa alma rupestre puesta al servicio del toque familiar. La atención, a diferencia de cualquier eslogan publicitario, es personalizada. Solo, y he aquí lo fundamental, el banquete está hecho para la guata. Para golosos de tomo y lomo.

    Adentro, la música pone el ambiente con cuecas choras y también con temas de los Huasos Quincheros, pascuenses y amenas tonadas criollas.

    Su horario, tome nota: de lunes a domingo, desde el mediodía hasta las 17 horas. Viernes y sábado, el cierre es a las 23. Un espacio reservado, de solo 13 mesas y con una capacidad para 45 personas que logran un apartado para la intimidad necesaria. "Eso lo aprecian mucho los turistas, sobre todo argentinos y santiaguinos que llegan a menudo", aseguró su dueño.

    Esa es justamente la labor de su mano derecha su otro anfitrión, Jorge "el simpático" Carvajal: recoger a personas ávidas de gula por las calles de la zona para introducirlas hasta este, ya lo dijimos, mágico pasaje. "Viví muchos años afuera. Sé lenguas y manejo la atención al cliente. Lo importante: aquí se come rico y bien. Comida casera, a la minuta, atendidos por sus dueños", dice el relacionador público casi al son de la tarjeta crediticia "esto no tiene precio".

    Secretos al vapor

    Y es que la tentación por los sabores resulta irresistible. Cada receta se explica paso a paso. Al principio, nada delata lo fabuloso que son los platos. Exquisitez tras exquisitez. "Nuestra carta está orientada a la calidad en la materia prima de los productos", ratifica Valdivia, quien hoy está cursando la carrera de Administración de Empresas.

    Este restaurante no tiene punto, los precios son atractivos, los sabores contundentes y el tamaño de las porciones son graaaandes. Ejemplo de ello podrían ser los platos de fondo: una plateada al jugo, tan lujuriosa como un buen trozo de carne acompañado de papas salteadas. Otro: Marinero Willy: un mix de locos mayo, pastel de jaiba, ceviche y ostión a la parmesana.

    La precisión es una regla de cortesía muchas veces ignorada. Por fortuna, no es el caso aquí. El talento de la abuela de Guillermo hijo corre por las venas: primero su abuela, luego su padre, ahora su madre, Paulina Zuñiga.

    Ella viste estricto blanco, como una avezada chef de algún templo francés. En eso, tímida, consulta: "¿Les gustó?". Oriunda de Quilpué, doña Paulina de pequeña cocinó para sus otros seis hermanos. "Nunca imaginé trabajar en un restaurante. Cuando iba a comer con mi marido, criticaba los platos, la atención. No uso nada de caldos, aplico lo natural, mi esencia de campo", asegura quien hace dupla en los sartenes y ollas junto a su ayudante Zita Herrera.

    A su lado, Guillermo, conversador pero con matices al habla: utiliza las palabras precisas. Sabe de lo que comenta. Observa fijamente a quien le esté dialogando, con su amable sonrisa incrustada al rostro. En el fondo, está preocupado porque todos la pasen bien: "Que la gente venga a comer como si estuviera en su propia casa", dice.

    Tais, Ramiro, Iván y Nahuel son de Buenos Aires. Como muchos comensales aquí, exaltan a coro: "Esa entrada de mariscos, el salmón fresco y papas estuvieron increíbles, che. Ni hablar de ese Semi frío de lúcuma, ¡nos voló la cabeza! La ganga más sabrosa que hemos probado". Al final, para comprobarlo, paladeamos el postre, una leche asada con ligeras notas de caramelo… a la altura de tu abuela, ¡para chuparse los dedos!

    En un mundo globalizado, más personas se decantan por lo sencillo: hincarle el diente a esos lugares de comida casera. A pedir de boca. Y aquí, Donde Willy, podría estar lo mejor del rubro, incluso más allá de la Región de Valparaíso. Ya lo reseñó el Times a su fina manera; nosotros también, eso sí, a guatita llena y corazón contento.

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