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  • Tontera artificial

    por constanza michelson / @psicocity

    Paradójicamente mientras los discursos sobre educación van condenando el afán por la medición y la competencia, por un carril paralelo van apareciendo a toda velocidad herramientas sofisticadas para medir las cosas más insólitas sobre uno mismo. Estar atento a las pulsaciones, las calorías gastadas, los pasos caminados en el día, es lo de menos. Ahora han aparecido índices más invasivos y curiosos, como una aplicación que ofrece medir el grado de felicidad diaria.

    La promesa del racionalismo y la ciencia ha sido la administración eficiente de la vida. Pero a pesar de tanta tecnología de punta, cabe preguntarse por las otras razones, esas oscuras y caprichosas que sin pudor desobedecen a los datos. Vamos con algunos ejemplos.

    Las cifras demuestran que las vacunas han disminuido la mortalidad infantil. Sin embargo, aparece el movimiento antivacuna con unos datos alternativos que desconocen lo evidente.

    Aunque un examen demuestre que no se tiene intolerancia al gluten, hay muchos que prefieren pagar más caro para comer sin este ingrediente para sentirse mejor (la tasa de quienes consumen alimentos sin gluten es bastante superior a la de quienes padecen de una intolerancia).

    Y el amor. Bueno, en el amor, cuántos no han hecho una lista mental de los atributos de su pareja ideal, sólo para comprobar que no se conocen a sí mismos, pues terminan enredados en algo totalmente distinto. Por el contrario, ocurre que frente a la obsesión por racionalizar la elección amorosa, se pierde la capacidad de caer enamorados. Es como ir a comprar a una heladería en que hay demasiadas opciones: sabores, con o sin chips, en cono o vaso, grande, mediano, pequeño. Un infierno. Para enamorarse, quizás también para disfrutar un helado, hay que, como dicen, enloquecer un poco. No escuchar razones.

    Ahora pensemos en la infidelidad. Sorprender al infiel quizás nunca fue tan fácil, pues hoy el celular es prácticamente el alma de los usuarios. Como si uno pudiera escudriñar en el último rincón de la mente del amado, el teléfono hoy es ese lugar demasiado a la mano. Sin embargo, cuántos con la evidencia ahí presente, se hacen los tontos. O al revés, una vez que el tema explotó, muchos se obsesionan para interrogar al traicionero para saber las razones. Y pueden encontrarse con muchas razoncitas, pero comprobarán que no hay una razón final. Hay cosas que no ocurren para ser explicadas.

    Cuando plantean que la inteligencia artificial, en un futuro no tan lejano, podrá pensar e incluso sentir como un ser humano, primero siento pavor, luego se me pasa cuando pienso ¿podrá la máquina imitar estas desobediencias humanas? ¿Habrá un robot de tontera artificial? Sospecho que nuestra fe en la racionalidad, el desconocimiento de la naturaleza humana y la soberbia, sólo nos llevará a hacer réplicas del humano idealizado. Ese que creemos ser, el racional, el eficiente. Y no a ese que perturba al primero: el ser humano cruzado por el deseo inconsciente.

    En el corazón humano hay cosas que no se domestican con las buenas razones, ni con la ideología ni con las mediciones. Afortunadamente, más allá de las nuevas obsesiones por reducir el cuerpo a una especie de engranaje de reloj, el deseo humano que todo lo trastoca, se resiste.

    "Para enamorarse, quizás también para disfrutar un helado, hay que, como dicen, enloquecer un poco. No escuchar razones."

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