• El jubilado del centro que vive como en la película Up

    Pasa sus días en una casa que quedó encerrada por la construcción de un edificio y con una grúa gigantesca que no se mueve de su cabeza. Rechazó la oferta de la inmobiliaria y optó por quedarse. Los vecinos lo comparan con el protagonista del film de Pixar.

    Tras diez minutos gritando hacia adentro, abre la puerta un hombre de ojos claros, pelo blanco, poco menos de 1,70 de altura, un caminar encorvado, paso lento, camisa abotonada hasta el cuello, zapatillas y pantalones abrochados a la altura del ombligo.

    Dice que se llama Francisco Jeffs, que tiene 65 años y que jubiló hace tres, luego de ejercer como profesor de Ciencias Religiosas y Consejo Educacional en la UC y el Instituto Blas Cañas. Mientras habla, una grúa torre de más de diez toneladas pasa sobre su cabeza.

    "Ese caballero vive lo mismo que el viejito de la película Up", comenta Juan Torres, vecino al que le encanta verlo caminar por el barrio, en calle Marín con Vichuquén, entre Lira y Tocornal, en el centro de Santiago.

    Su analogía es porque a Jeffs le pasa en la vida real lo mismo que a Carl, el protagonista de la película animada de Pixar, que con 78 años se niega a vender su casa a una inmobiliaria, por lo que aburrido de la obra un día decidió ponerle globos a su vivienda y echarse a volar.

    "Pero yo no me voy a ir", responde Francisco, pese a que al lado de su casa se levanta un edificio de 9 pisos pegado a sus muros.

    "Estos gallos tirados a macanudos quieren que uno se aburra y que se las regale, pero no", agrega.

    Jeffs vive solo. Nunca se casó, pero cuenta que suelen visitarlo sus hermanas -él es el del medio- y sus sobrinos, a quienes quiere mucho. Se molesta cuando se le pregunta dos veces por algo.

    "¿Usted es sordo?", espeta.

    Los dueños del almacén El Coyhaique, Luis Fournier y María Andrea (no quiso entregar su apellido), cuentan que Jeffs "es muy amoroso" y que siempre les compra pan, cecinas, mantequilla, huevos, naranja y plátanos. Y papel higiénico, pero les avisa que es para sonarse, pues para lo otro usa una toalla.

    "Es que él es a la antigua. Es mi cliente favorito. ¿Le dijo que tenía 65 años? Yo creo que anda por los 80", estima la comerciante.

    La negociación

    La casa de Jeffs es de adobe. Por calle Marín el frontis está descascarado y por el pasaje Vichuquén el revestimiento tiene grandes rayados. Cuenta que hace 12 años se mudó ahí, que la vivienda es de 110 metros cuadrados y que las empresas inmobiliarias ofrecen $1,4 millón por el m2.

    "Es muy poco. De vender, tendrían que darme una casa parecida a esta un poquitito más arriba, que es un poco mejor", plantea.

    En el vecindario aseguran que la empresa intentó comprársela en alrededor de $150 millones, pero él se habría negado.

    De la inmobiliaria AVSA reconocen que hubo conversaciones con el propietario. "Pero lo que pedía era desorbitado. Pedía además un departamento o casa en otro sector de la ciudad", comenta un ejecutivo de la firma.

    "Se le dieron los contactos directos por si necesitaba alguna cosa, como si se le agrietaba algún muro o tenía un problema, pero no se ha contactado", agrega el mismo.

    Desde la Asociación de Desarrolladores Inmobiliarios (ADI) afirman que la ética que hay detrás de aquellos proyectos que dejan "encerrados" a los dueños de casas antiguas o tradicionales que se niegan a vender es un asunto que se discutió en la organización hace muchos años, por lo que "creemos que ya hay suficiente cultura al respecto", estima una alta fuente de la entidad.

    Las obras

    En el edificio vecino se advierte que la distancia que hay entre los muros de la casa de Jeffs y la obra es ínfima. El jubilado cuenta que la faena partió hace unos siete meses y que diariamente se inician a primera hora de la mañana, extendiéndose hasta cuando se va la tarde.

    Agrega que los trabajadores con sus maquinarias "meten harta bulla", pero asegura que no le molesta. Lo mismo ocurre con la grúa torre que se desplaza sin cesar por sobre su vivienda.

    El viernes pasado, en Estados Unidos, cayó una grúa en una construcción de Manhattan, hecho con resultados fatales. Sin embargo, en Chile, Tomás Schneider, gerente comercial de la empresa de arriendo de grúas torre Bemaq, cuenta que este tipo de armatostes pesa entre 10 a 40 toneladas (sin carga) y agrega que su montaje, operación, mantención y desmontaje está muy regulado en el país, por lo que los accidentes sólo podrían producirse por el factor humano.

    "Los grueros decimos que las grúas no se caen solas, sino que las botan", añade.

    Schneider asegura que si se cumplen las exigencias de los manuales de los fabricantes y las normas nacionales no tendrían que haber inconvenientes, pero advierte que existe disparidad entre las condiciones que pide cada municipio para autorizar un montaje de este tipo.

    Para calma de quienes viven en el centro capitalino, el ejecutivo asegura que el municipio de Santiago es de los más exigentes del país.

    Pero Francisco Jeffs insiste en que el tránsito diario de esa mega estructura no le amedrenta. "A mí no me dan miedo", sentencia con aplomo el jubilado antes de excusarse. Está cansado de responder preguntas. Son las 12.00 y dice que quiere descansar. Da media vuelta, camina a paso lento y cierra la puerta.

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