• Intensamente: la gente feliz no tiene historias

    el pais intimo

    Menos mal que ya hace un buen tiempo que las películas para niños se las arreglan para sacarles también una sonrisa a los adultos. "Intensamente", la última producción de Pixar, consigue algo más que una carcajada.

    En síntesis, y para no hacer un spoiler a quienes no la han visto, se trata de lo que ocurre en la cabeza de una chica pre púber. Sus emociones comienzan a complejizarse y las vivencias dejan de poder ser clasificables con claridad en los casilleros de alegría, tristeza, miedo, desagrado y rabia (esas son las emociones personificadas en la historia).

    El drama se desencadena cuando el personaje de "alegría", quien hasta entonces aparecía como la comandante del resto de las emociones de la niña, pierde el control, y la chica comienza a descentrarse, quizás a vivir su primer acercamiento a las crisis existenciales de la adolescencia. Lo interesante es que por más peripecias que "alegría" haga, no puede volver al trono. No puede por algo que en principio parece un desajuste; algo que en la sociedad terapéutica de nuestros días se llamaría depresión, trastorno de personalidad o déficit atencional. Sin embargo, podríamos decir que no puede, porque la felicidad es el espejismo de nuestro deseo.

    Me explico. Es muy probable que si le preguntan a cualquiera qué quiere en la vida, muchos dirán que ser feliz. Pero ese objetivo tan preciado se escurre entre las manos, no pocas veces, por la propia autoría.

    Esto es lo que Freud, el inventor del psicoanálisis, descubre: no es la felicidad lo que se busca, aunque uno suponga que sí. Básicamente, porque el deseo humano busca lo que no tiene, y eso nos lleva por caminos escarpados. Es lo que explica que vayamos a veces más allá de lo que nos sale fácil. El ejemplo típico en el amor es esa tendencia a buscar a quien no nos corresponde y desechar al candidato disponible. O, por el contrario, defendernos de lo que deseamos y odiarlo porque no nos atrevemos a ir hacia allá. Como cuando vemos la paja en el ojo ajeno y volcamos demasiada ira frente a cuestiones que en el fondo nos convocan. A esto se suma otro punto que complejiza las cosas, la llamada pulsión de muerte. Que es responsable de esos puntos de fijación -nuestros excesos y locuras que, por cierto, no conducen al placer.

    Un enredo ¿no? Sin embargo, en estos líos hay satisfacción, que no es lo mismo que felicidad. Y por ello es que, aunque insistamos en que buscamos esta última, no dejamos de inventarnos cuentos que la dejan intrincada. Simone de Beauvoir decía que la gente feliz no tiene historias, porque no tienen la necesidad de narrarse a sí mismas. Como la mente infantil de la protagonista de la película, esa que la chica comienza a perder en la pre adolescencia; pérdida que, si bien la lleva a un padecimiento, le permitirá crecer y tener el impulso de inventarse una vida.

    ¿Pero qué ocurre cuando se impone un discurso de felicidad obligatoria? Pues que esa búsqueda se puede transformar en una exigencia agotadora. Así como también en una obsesión por los placeres instantáneos envueltos en una pastilla o en unos likes en Facebook. Pero también nos infantiliza, suponiendo que el mal siempre es culpa de otro; aspirando a que luego de la eliminación del bando u ideología contraria, encontraremos el paraíso del hombre bueno, sin trabas, reconciliado consigo mismo y los demás. Ese fin de la historia que nos prometieron por allá en la década de los noventa.

    Chile, estos días también se viven como "Intensamente": la complejidad y los matices de la realidad y el sentir aún no se instalan, quedando la rabia, el miedo y el desagrado comandando caóticamente.

    Hay algo que se llama ambivalencia, que nos lleva a tener dudas y a perder el tiempo en cuestionamientos. Nos desacelera. Pero lejos de tratarse de una enfermedad, mediocridad o amarillismo; es la preciosa posibilidad humana de convivir con los grises de la realidad. Y, por cierto, inventar respuestas más complejas que la furia desatada, justificada por la búsqueda de una felicidad de juguetería.

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