• Isidora nació en la Kennedy

    Su madre quería un parto natural, pero nunca como el que tuvo. La pequeña llegó al mundo cuando sus padres iban raudos en auto por dicha avenida. Así fue su arribo.

    "¡Por favor acelera!", le rogó Muriel Núñez a su marido cuando iba por Avenida Kennedy.

    "Ni loco", respondió Claudio González en su mente, porque no se lo dijo. Iban pasando en su auto por el sector de curvas de una de las principales arterias del sector oriente. Y aunque era de madrugada y había poco tránsito, sabía que a esa hora esa es como una pista de carrera y no estaba dispuesto a matar a su esposa ni a la hija que estaba en su vientre… aún.

    "¡Es que se asoma su cabeza!", le gritó.

    Eran las 4 de la madrugada del martes y hacía una hora y media hora que Muriel, terapeuta de flores de 31 años, había iniciado su trabajo de parto. Tenía 40 semanas y un día de gestación, pero Isidora se negaba a llegar. Hasta esa noche las contracciones que provocó eran insuficientes para pensar en un alumbramiento natural, como quería su madre.

    Desde que quedó embarazada, Muriel comenzó a sentir dolores de espalda y tras investigar los pro y contra, decidió que su parto sería lo más natural posible. No habría oxitocina sintética, esperarían las contracciones normales, la bolsa se rompiera sola y la primera parte del trabajo de parto la haría en la casa, para menor intervención y llegar a la Clínica Indisa con al menos cinco centímetros de dilatación.

    "Ya lo había hablado con mi matrona y el médico: si toleraba el dolor, la quería tener sin anestesia, pero si no, no nomás. Y debía ser en una clínica, por si algo fallaba", dijo.

    Ella y Claudio se prepararon con ejercicios de yoga para favorecer el alumbramiento y reducir el dolor. Y ese martes 26 ambos deberían demostrar cuánto aprendieron.

    Una noche agitada

    A las 2.30 una dolorosa contracción despertó a Muriel. Fue al baño, abrió el agua tibia y se metió a la tina para aliviarse. Su marido se levantó con un grito y tras hacerle un té empezó a contarle las contracciones. Eran cada cinco minutos, así que llamaron a la matrona. Posiblemente esa noche irían a la clínica, pues el agua, la pelota de pilates y el masaje de Claudio de poco servían.

    Muriel se mareó y sus gritos daban para despertar a los vecinos del edificio en que viven, en Las Condes. Rompió la bolsa. "Claudio: ¡se está saliendo (la guagua!)"", avisó desesperada, mientras su esposo alistaba todo para llevarla en su camioneta a la clínica.

    Un viaje diferente

    La casa de los González-Núñez está a 15 minutos con taco de la Indisa, pero a las 4.15 horas por la Avenida Kennedy el tiempo baja. Cada movimiento del auto le dolía. Ella se aferraba al asiento y le pedía a Claudio que le bajara el vidrio, porque se ahogaba.

    Y en Kennedy con Vespucio pasó. Muriel sintió que Isidora se asomaba. "¡Está saliendo su cabeza!", gritó. Su marido pensó que exageraba. Pero no. De pronto, Muriel se silenció, se quitó los pantalones y Claudio la miró, sin detener el auto. Ella abrió sus piernas y sacó un cuerpo de 51 cm y 3.590 gramos. Iban a la altura de Lo Saldes, casi al llegar a Los Conquistadores.

    "La vi y pensé: ¡qué cresta está pasando! ¡Esto no puede ser!", repasó el marido. La madre, en cambio, gritaba "¡se me va a morir, se me va a ahogar, quédate con la mamá, quédate con la mamá!". Pensó en alzarla y abrazarla, pero afloró su instinto, la dio vuelta y resultó. La pequeña sacó el llanto. En medio de la oscuridad, la mamá se quitó la parte de arriba de la ropa y le dio calor con su cuerpo.

    La buena noticia

    Al llegar a la puerta de urgencia de la Clínica Indisa, Claudio le gritó al guardia: ¡nació una guagua en el auto!. El funcionario alertó a los especialistas del centro, quienes salieron raudos para atenderlas. Estaban incrédulos. Claudio salió del vehículo y por su asiento ingresó un paramédico que atendió a la niña, mientras otros se enfocaban en la madre.

    En el auto a Isi le tomaron la temperatura, la aspiraron, le cortaron el cordón y la abrigaron. Todo encima de la mamá. Todo en cinco minutos. "Por fin pasó algo bueno en Urgencias", dijo uno de los profesionales.

    Muriel fue revisada en esa unidad y luego la pasaron a pabellón, porque no había botado la placenta y faltaba revisar que no tuviera derrames. El procedimiento había terminado, la joven bajó sus niveles de adrenalina e iba a llorar, pero no alcanzó porque le llevaron a su hija. Quince minutos más tarde los tres se volvieron a reunir.

    El epílogo

    En estos días el matrimonio ha divagado sobre lo que pudo haber ocurrido, como que chocaran, que hubiera contraído una infección por el viento al que estuvo expuesta, que se les resbalara y cayera por la ventana o que se desangrara por el cordón umbilical.

    "Yo aún sigo en estado de shock, tomé decisiones que fueron por puro instinto. Lo mismo Muriel. Me quedo con lo que sí pasó. Gracias a Dios la Isi está súper bien. No fue como queríamos, porque esto nadie lo quiere, pero me quedo con lo bonito", comentó Claudio.

    El viernes, los tres y Trinidad, la hija mayor, regresaron al hogar. Cuando pasaron por la Avenida Kennedy, Muriel no se aguantó: "Lloré a mares".

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