Es un pasito pequeño, pero un pasito al fin y al cabo, dijo la Presidenta: se creará un canal de televisión estatal que no deba recurrir a publicidades para sobrevivir día a día. Esto concretará, señaló, ese anhelo ciudadano de una tevé de calidad que mejore (y esto no lo dijo, aunque probablemente lo infirió) la porquería cotidiana que se proyecta por los otros canales. Sin embargo, este anuncio ya conlleva una cuestión un tanto indefinible: qué vamos a entender por calidad. Si pensamos en programas cuyos entrevistados deambulan entre las ideas de Paulo Freire y Jacques Rancière, inevitablemente ese "anhelo ciudadano" usará su control remoto para cambiar a otro canal más cómodo, y la calidad, otra vez, se nos irá a las pailas. No porque lo emitido sea aburrido o innecesario, sino porque el nivel cultural del país desconoce las emancipatorias ideas sobre educación de las que ha escrito Freire, así como los sombríos vínculos entre poder, policía y democracia que ha trabajado Rancière (transmitir eso ahora sería fatal). ¿No conocerlos es de perezosos? Claro que sí. Aunque también hay cuestiones de enseñanzas escolares y universitarias que siempre nos dejan cojeando e ignorando. Por ello se optará, lo más probable, por emitir un canal a modo de entretención, de escape, que variará según cada mandato y pensamiento político que la sustente. Es cosa de ver cómo se ha pensado y fomentado a las artes tras el retorno a la democracia para no creer lo contrario. O basta ver cómo una pantalla nos suele decir, día tras día, qué adorar y qué odiar.

Palabra de juez (Ediciones U. Finis Terrae), de Marcos Libedinsky, expone sus principales discursos como presidente de la Corte Suprema, recibiendo a los abogados que se titulan, destacando las condiciones y exigencias éticas que todo abogado debe poseer y seguir. Además, se compone de una serie de artículos, publicados en libros y revistas, que revelan su rigor académico siendo un profesor que muestra conocimiento y sabiduría sobre temas filosóficos y religiosos.

Neruda, memoria crepitante (Ediciones Radio U. de Chile), de la periodista Virginia Vidal, cuenta la perspectiva de la única profesional latinoamericana presente en la entrega del Premio Nobel de Literatura en 1971. De eso han pasado ya más de cuatro décadas, y ella se convierte en una fuente privilegiada para acceder a la figura de Pablo Neruda, con quien le tocó vivir ese y otros momentos de amistad.

Un beso en París (Plataforma Editorial), de Laia Soler, es el primer libro de la saga del mismo nombre. La torre Eiffel, Amélie y un montón de reyes que se llaman Luis. Esto es todo lo que Anna conoce de Francia. Por eso, cuando sus padres le anuncian que pasará un año en un internado de París, la idea no acaba de convencerle. Pero, en la Ciudad del Amor, conoce al chico ideal: Étienne St. Clair.