• Mi aprecio por la sencillez y calidez de La Habana

    el día de katherine

    Mirar las imágenes del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, sacándose una foto con parte de su comitiva en la Plaza de la Revolución, con la clásica imagen del Che Guevara del tamaño de un edificio, fue increíble.

    La foto no sólo es increíble por ser la primera vez después de 88 años que vemos y somos testigos de una visita para "deshielar" las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, sino porque también, en mi caso personal, me hizo revivir una experiencia inolvidable que viví en la isla.

    Viví por más de un mes en 2002 en La Habana, en una pieza que arrendamos con Carmina Riego, actriz, para prepararnos in situ para la obra "La Habana Madrid", la que íbamos a presentar en Santiago y que ese año se había ganado en España el Premio Tirso de Molina. Y fue Maritza Rodríguez, la directora de la obra -quien estaba trabajando en Chile-, la que nos incentivó a irnos para allá por un tiempo y trabajar con la obra, también con el maravilloso actor cubano Antonio Arroyo.

    Nuestra estadía en Cuba era para vivenciar como cubanas la vida allá. No fue fácil pero con isleños amigos se pudo. La pieza que arrendamos quedaba en un palacete maravilloso de esos que quedaron botados con la revolución. La mujer que vivía allí arrendaba estas piezas de forma clandestina, ya que no se podía hacer sin permiso estatal. Ella nos dejaba preparados unos desayunos con huevos frescos maravillosos que siempre logró conseguir.

    Logramos contactarnos con la vida ordinaria de un cubano y, por supuesto, emular la forma de hablar y los gestos de una mujer cubana que lidia con el diario vivir, para enriquecer nuestra obra de teatro. Fuimos a fiestas, bares y lugares que no fueran turísticos, sino donde iban los cubanos a recrearse y, por supuesto, tuve las mejores clases de salsa de la vida.

    La vida cotidiana era muy sencilla, no habían muchos autos y la mitad era de los años 50. No había qué comprar ni mall que visitar, menos avisos publicitarios de marcas de ropa o comida. Sólo el paisaje de la ciudad y barrios preciosos como La Habana Vieja, su legado colonial y sus playas.

    Conversamos con muchos cubanos y cubanas, que no sólo me parecieron encantadores, sino que de una gran cultura. A veces sabían más cosas de Chile que nosotras.

    Muchos de ellos nos expresaban sus ganas de viajar e irse a otros países. Muchos querían cambios en Cuba, pero lo que me llamó la atención era que no sabían cómo y no se imaginaban la vida sin Fidel, que cuando estuve allá estaba aún como Presidente del país.

    Para ellos Fidel era el gran padre, ese que te protege y no sabes qué hacer si no está. Me pregunto cuánto habrá cambiado el pensamiento de la gente desde que Fidel no está. Me alegra el acercamiento y la visita de Obama a Cuba y que se caigan las barreras que los separan. Pero confieso también que hoy me pregunto qué es mejor y me genera muchas contradicciones imaginarme a Cuba sin la sencillez que tiene al ser un país que no ostenta tiendas de marca, ni cientos de malls, ni supermercados con millones de cosas por comprar.

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